Por Brenda Trujillo
Desde que conoció las aguas cristalinas de su placer, ella decidió que jamás las dejaría, a costa de lo que fuera…
El anatema solitario de la agradable sensación en su cuerpo que se producía, derivado de aquella ocasión, ya no quería abandonarlo nunca, era ya una práctica que buscaba constantemente. Situaciones desesperadas y lúdicas que la orillaban a desaparecer para aquietar la chispa fulgurante que la gobernaba.
Con el suspiro extenuante de aquel día y con el exhaustivo episodio del mediodía y sus estímulos placenteros y turbantes, Aurora, una colegiala que poseía una vehemencia increíble, se percató que, a partir de ese momento, ya no volvería a vivir las inocencias de la infancia y que comenzaban los deleites de una dimensión diferente; del plano infernal, el cual se encarga de aprisionar el cuerpo al placer carnal. Ya no habría nada que le permitiera privarse de las satisfacciones extremas; serían el reo encadenado el resto de su vida por cometer un crimen atroz y exquisito.
“Soy la asesina encadenada a las cárceles, seré indiferente a mi encierro, quizá porque la dicha se centra en mi placer carnal, una vez que lo conocí no querré librarme de la sensación. Es eso. La prisión y el crimen del goce, pero el desquicio de que no importa pecar porque una complacencia como aquella nunca querré deshacerme de ella”, pensaba Aurora.
“Deseo que estos repuntes se incrementen; esta excitación me turba… ¡Oh! ¿Cómo me veré junto a él? ¿Cómo me verá él? Lo siento muy duro, pero a la vez muy suave, son las dos sensaciones”, recordó Aurora lo que pensaba hace tan solo unas horas, cuando cometía uno de sus primeros actos carnales.
Atormentada en esas cavilaciones, ella se hallaba acostada sobre su cama en una almohada muy acolchonada. Observó el lecho en el que dormía todas las noches, tomó su edredón y lo olfateó; aun conservaba el aroma de su novio Máximo. Esa irrealidad del momento le había surgido varias veces después del mediodía, recordó que cuando iba a comer evocó la imagen del falo de su hombre y cómo fue que la introdujo. Cuando se estaba duchando también lo pensó y cualquier asunto lo relacionaba con su experiencia del día.
Decidió que era la hora de dormir; de cerrar los ojos y adentrarse en los sueños nocturnos. Se volteó y cerró los párpados; volvió a abrirlos. ¡Oh! ¿Qué sucedía? Al voltearse pudo sentir unas punzadas en sus piernas; estaban entumidas. Dolor ocasionado por el ejercicio del acto sexual y las rudas embestidas. A los pocos minutos se durmió adolorida. Esa madrugada, después de varios meses, no padeció de insomnio. Ya eran muchas las noches que no descansaba tranquilamente; su inquietud lúdica le generaba sueños delirantes.
El amanecer empezaba a reflejarse en las cortinas de la habitación de la colegiala. Los sonoros cantos de los pájaros interrumpían sus dulces ensueños. Sobresaltada, abrió los ojos y maldijo para sí: “¡Oh! Hermosas tonadas del alba y de los pajarrucos cotidianas, invaden mis quimeras irrealizables”.
Ya era hora de prepararse y partir a esas aulas; le dio terror asistir aquella mañana a la escuela ¿Cómo sería capaz de volver a recorrer los pasillos, patios y salones? ¿Qué había de espantoso en ello? El pánico de llegar al colegio y pensar que si supieran lo ocurrido en el día anterior la juzgarían, la gente allí era muy chismosa. Pero la otra voz, le aseguraba que no había absolutamente ningún problema, ella era libre y era algo tan natural.
Siempre que Aurora llegaba a ese lugar rutinario, al que se asiste durante varios años, sentía odio por la represión, pero ella le daba un toque singular; esa monotonía del colegio lo transformaba, en su caso, en hechos aventureros y particulares. Ese mundo interior la auxiliaba de las crudas realidades.
Sin embargo, ese jueves al ver a las mismas personas las vio con más entusiasmo; se sentía acicalada de alegría con un arrebato inusual de querer ser partícipe de todo. No era ningún ambiente cambiante; era ella, la evolucionada, su ímpetu había crecido. Su timidez disminuía y algo detonante en su persona era la modificación del ser introvertida al ser extrovertida. Su boca compartía pensamientos que en otras circunstancias no hubiera expresado con facilidad.
Los primeros días posteriores al evento carnal de Aurora y Max se convirtieron en un asfixiante éxtasis; una revolución dentro de su ser con los hipnotizantes instantes del repunte voluptuoso.