La fuerza de Henry

Por Brenda Trujillo

Por Brenda Trujillo

Los golpeteos de la realidad se manifiestan en todos los entes de tus escenarios. Ya no hay vuelta atrás. Te has traído hasta acá, inimaginablemente y a la vez como una crónica anunciada, que ya no hay más que la aceptación y confrontación ante el acto teatral, trigésimo noveno, del segundo tomo, donde se aproxima el clímax total.


Los directores y guionistas de esta obra de teatro aplauden la insólita historia, pero demanda ya un final para que la artista reivindique su camino como Raskólnikov en Siberia en Crimen y Castigo.


Uno de los guionistas insiste en continuar tu drama, pero uno de sus colegas le ha comentado que las novelas literarias o series que tienen en exceso episodios o capítulos, pierden fuerza.


Hay best sellers o historias que lo ameritan, pero en este caso que es una obra teatral como las de Shakespeare exigen resiliencia y renovación de la protagonista.


En caso de que el guionista primordial no lo desee, porque ya se vició escribiendo tus desventuras y tus caos, el líder de la reproducción ordenó y aseguró que, entonces tu deceso será el perfecto cierre para concretar esta historia.

No quieres arribar a la perdición de todo. Te has creído que ya estás del otro lado y que no tienes más que temer, que lo solucionarás a tu modo.


Y que por continuar disfrutando los menesteres de la vida no afectará ya más a tu vida.


Que equivocada podías estar, pues tus desventuras avanzarían.


Un lunes, caminabas bajo el sereno de la noche, en plena madrugada, estabas pensando en Henry, en tu hijo adoptivo, el cual te esperaba en casa.


Le llevabas unos dulces, pues ya rebasaba la medionoche y él siempre te esperaba para dormir y lo acompañabas a cenar algo mínimo.


Durante la tarde te había estado esperando y enviando mensajes de texto. Estuvo con sus amiguitos del rumbo y también leyendo cuentos, así te lo mencionó.


Venías un poco embriagada de mezcal, pero caminabas frescamente y certeramente.


De repente, un sujeto se acercó a ti y te hizo la plática. Te preguntó:


-¿Que andas haciendo por calles solitarias, a estas horas de la noche?
-Voy camino a mi dulce hogar.- respondiste.
-Te invito unos tragos, aquí en mi barbería.
-No gracias, ya debo llegar a mi casa. Mi hijo me espera.
-Voy contigo.
Te quedaste en silencio, pensando… No era lo ideal, pero la tentación de tomar un trago más era atractiva.
-No te arrepentirás. Sabe delicioso el tequila que traigo.
Accediste un poco dudosa. Lo condujiste a tu dirección.
Charlaron, aparentemente, de forma animada y natural.
Al llegar a tu estancia personal, Henry fue corriendo hacia ti, te abrazó y te preguntó si ya dormirían, tu le dijiste:
-No bebé, ahorita me bebo unos tragos con Luke, te lo presento y ya nos vamos a dormir.
-Claro mamá- respondió Henry, pues hasta ahora, nunca te refutaba casi nada y se entregaba a ti entre caricias y maternidad, a sus 6 años.
Incluso el pequeño te daba palabras de aliento.
Henry empezó a dar vueltas por la estancia brincando, pero también era observador y cuidaba de su madre.


El sujeto pudo vislumbrar en ti que ya tenías una entonación alcohólica elevada, pero Henry ya lo había vislumbrado desde antes.


Faltaba poco para que te quedaras dormida, en ese sueño pesado en el que envuelves y es difícil que te despierten.


Llamaste a Henry y le diste un beso, le dijiste ya se fuera a dormir a su cuarto.


Él te obedeció.
Te respondió:
-Si mamá.


Se alejó despacio, te volteó a mirar con cariño y nostalgia y cerró su cuarto.


El individuo que habías llevado a tu departamento estaba muy atento a ti, te sonreía y te ofrecía tragos de un tequila muy delicioso, el cual no sabías su marca y sacó de su mochila una cerveza alemana y te la dio. Esa te encantaba.


En ese momento, te olvidaste de los pormenores que a veces marcan un destino o una tragedia, y empezaste a beber y beber rápidamente entre sonrisas y lagunas mentales esa madrugada.
Nunca la olvidarías y nunca lo olvidarás.

Eran las 5 de la mañana, sentías el sereno en la estancia, estabas medio acostada en el sillón en una una incorrecta posición, la cual al incorporarte te provocó dolencias físicas.


Luz prendida de tu cuarto, del pasillo.
La habitación de Henry estaba abierta y oscura.


Te levantaste. Te asomaste al cuarto de tu hijo y en la cama no había nadie.


Sentiste un témpano de hielo en el corazón.


Empezaste a buscar en cada rincón del departamento, saliste y corriste por el fraccionamiento gritando:
-Henry.
-Henry.


Llegaste a la caseta de policías.
Checaron cámaras.
El sujeto que introdujiste se había llevado a Henry.
No había más. Lo raptaron.
Estabas hiptonizada. Las entrañas se te retorcían.
No podías explotar.
Sabías la responsabilidad que traías.
El sujeto se llevó a tu hijo porque lo llevaste al departamento. Eso sucedió porque querías que te invitara más copas de alcohol.


Llegaste al departamento, totalmente solitario.
A los 5 minutos llegó Alex, tu pareja.
Le narraste lo ocurrido.
Empezaste a llorar desesperadamente, te abrazó pero notabas algo fuerte en su mirada.
Era tu hijo, no de él, pero sabías lo quería mucho y Alex estaba regresando de su jornada de trabajo.
Ni siquiera te preguntó porque lo secuestraron, estuvo llorando una hora, él sabía en el fondo que una situación de tu alcoholismo provocó la partida de Henry.
No quiso saber detalles.
Se despidió de ti, excudandose que ese día iría con sus papás a ayudarlos en alguna labor.
No le creíste.
No volvería.
Se marchó y en efecto, no volvió.
Tampoco Henry, aunque lo estuviste buscando arriba y abajo.
Perdiste a tu hijo y tu eras responsable.
Pusiste titulares y anuncios por todos lados, los tuyos te ayudaron a buscarlo.
Ni un rastro.
Henry desapareció.
Jamás volvió.
Y tu cada día después de regresar a trabajar, abrías su cuarto esperando a que estuviera ahí y te diera un abrazo.
Ese escenario se repitió una y otra vez.
En el infinito, Henry te perdonó pero no lo sabías y te mandó un beso.

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