Brenda Trujillo
Pensamientos de un alma dolida y pervertida
Por un momento… ¡Bendeciré al diablo!… ¡Lo siento mucho! Pero… sus proezas han sido vencidas por mi entendimiento y he resucitado las alabanzas al diablo porqué es el único ser que se atreve y actúa sin preceptos religiosos, sin obstaculización de sus quimeras.
Independientemente de su estereotipo; más allá de eso, imaginemos un diablo reformado, conservando sus mismas capacidades de obrar, aventurar y maldecir a quien se lo merezca, pero con el toque de poseer una audacia para conseguir a centenares de hombres y mujeres, que sean sus seguidores y se antepongan a leyes religiosas que perjudican a los humanos, limitándolos y manteniéndolos en la enajenación de los santos y creencias.
Es el verdadero propósito de los que están al mando de las iglesias y gobiernos. Mientras la sociedad permanezca bajo las normas del catolicismo, cristianismo o en su mayor defecto, del consumismo, todo marchará bien, porque así nadie vendrá a ofuscar el idiotismo en el que viven ¡Escuchen bien, señores! ¡Esa es su filosofía!
Eso es lo que pretenden de nosotros ¡Sálvanos, Dios! ¿Pero que Dios? Si sólo nos lo han querido presentar como les conviene, para que lo veneremos y Él sea nuestro consuelo de las injusticias cometidas en el rebaño de los humanos, quieren que le rindamos honores ¡Y no, no lo permitiremos!
No obstante, nada va a cambiar, es un teatro de la humanidad, quieren que creamos que la función de Dios es cubrir una necesidad del individuo, el cual fomenta la quietud ante la catástrofe. Por ejemplo, la idea del sacrificio. ¡El diablo no se sacrificará por nadie! Es uno de sus tantos mandatos de Dios, puede que sea correcto, pero la forma en que lo plantean es lo que aborrezco, ¡es absolutamente falso!
Si nuestra búsqueda fuera a través del contacto espiritual; reformando nuestras verdaderas necesidades de paz interior, una sociedad con objetivos más elevados y una comunidad libre de paradigmas sociales, donde no acechan los puros intereses superficiales, todo sería muy diferente.
¡Ahí es cuando surgiría una transformación y sería más válida la existencia del supremo! Creo en una fuerza superior, es un ser magno que nos vigila. No puedo confirmarlo ni negarlo; sin embargo, la corazonada de su existencia me persigue. Puedo sentirlo, pero no estoy segura de su bondad, puede que sea un desgraciado, porque la profundidad del humano también es oscura.
Estoy en desacuerdo por la manera en la que usan a Dios, ¡porque sí lo utilizan!, yo no lo rechazo, refuto a sus fieles y los lugares en que lo predican ¡Los detesto! Debo confesar que, de igual modo, también creo y apruebo al Diablo. Él me ayuda a actuar inteligentemente con una pericia efectiva. Es una malignidad audaz, no aquella malicia en la que el Diablo se apodera del cuerpo de la persona y movido por eso mata o se convierte en un ser extraño. No. Nada de eso.
Esas son leyendas o historias producidas por la imaginación. Es algo más sofisticado. Es la renovación de lucifer. Declaro que creo en la unión de Dios y el Diablo, para hacer un mundo mejor. Se requieren el uno al otro, ninguno debe ser fariseo, los dos aprenden de sí mismos, son contrarios a sus convicciones, pero no enemigos.
Por consiguiente, corresponde que el humano sea un equilibrio de alma noble, pícara y con una sagacidad traviesa, satánica; debe adquirir de las dos sustancias para rectificarlo y variarlo, impidiendo así que sea un cándido sin talento o triunfo, o bien, una víctima de su demonio y se aniquile así mismo.
Es esencial dominar las dos posturas para poder enaltecerse y culminarse con la grandeza de su clarividencia, es decir, no dejarse, descarriar por ninguna. Es muy difícil que alguien haya cumplido este fin, pero no es imposible. Normalmente, alguno de los bandos es el que gobierna la personalidad de los vivientes. El pacto entre Dios y el Diablo consiste en nivelar el temperamento entre la perfección y el perjuicio, pero no se debe mostrar la pantalla, donde Dios es el único que hace “el bien”.