Por Brenda Trujillo
En un parque de la ciudad capitalina, un niño de siete años jugaba con pelotas y piezas de colores, junto a unos columpios, en forma de esfera. Freddy creaba figuras de robots y les ponía nombres, asimismo simulaba que tenían una batalla heroica.
En aquella zona verde, imperaban varios grupos de niños que jugaban entre sí; algunos a las luchas, y otros con las resbaladillas enormes que se encontraban a orilla de un lago. Se escucharon algunos comentarios burlones, tanto de madres como de sus hijos, de que Freddy se encontraba solitario, pero al pequeño no le importaba, si lo veían les devolvía una mirada fija y les sonreía.
A dos metros de Freddy, se hallaba una mujer sentada en una banca bajo un árbol, estaba ensimismada en su dispositivo móvil, además de que sollozaba y se le notaba muy demacrada.
El niño le preguntó a lo lejos:
-¿Por qué lloras mamá?
Renata volvió a la realidad y miró a su hijo.
Lo llamó con ademanes y lo abrazó fuertemente. Ella no emitió ninguna respuesta. Pero, su bebé supo interpretar lo que su mamá quería comunicarle: lo quería en demasía, por lo mismo lo alejaría de los perjuicios que pudiera causarle, pero daría todo, absolutamente todo, por su seguridad…
La interrogante de Fredy, después de recibir el apapacho, fue: ¿Qué hará mi mamá? Ella cree que me hace sufrir, pero no es así…
Renata se ahogaba en su llanto. Vigilando que no hubiera nadie alrededor, se tomó unas pastillas, pero su hijo la observó de reojo, aunque ella no se percató. A los pocos minutos, la fémina se acercó al infante y le dio un beso en su frente y lo apretó como nunca. Le susurró al oído: “En unos instantes regreso, no te vayas de aquí”.
La vio alejarse y el niño sintió incomodidad en su pecho, pero se distrajo jugando y elaborando más escenarios con sus herramientas infantiles. También estuvo largo tiempo en los columpios, disfrutando e imaginando.
Se presentó el atardecer. Paulatinamente, las familias iban desocupando el parque, la mayoría de ellas, juzgaba sin elementos y murmuraban tonterías al ver a Freddy apartado.
“No tiene amigos”, “Sus papás no lo quieren”, él escuchaba perfectamente estos comentarios, empero no le dolían.
Llegó la noche… Ya no había nadie. Era un parque con bastantes protecciones, aun así para un niño estando allí en la noche no era el escenario más idóneo…
De repente, Freddy dejó sus juguetes y empezó a buscar a su mamá por los senderos que se miraban aquí y allá…
Hasta que vio… a su tía….Aurora
-Freddy- corrió hacia él.
-Por fin pude encontrarte.
Ella lo abrazó temblando y sudorosa.
-¿Dónde está mi mamá?
-Vámonos Freddy.
Su tía lo tomó de la mano, sin contestar su pregunta. Freddy se sentía taciturno, pero siempre poseía un brillo que le hacía mantener la esperanza.
Esa noche durmió en la casa de su tía, así como numerosos días, posteriores a la partida de su mamá. El bebecito tuvo una corazonada; su mamá se había ido, muerta no creía que estuviera, pero se marchó lejos, se le resbalaron unas lágrimas en sus ojos, pero jamás le odio, al contrario la añoraba y quería que volviera.
Al día siguiente, la tía se lo corroboró. Su mamá, por una emergencia de trabajo, se tuvo que ir, sin despedirse. Aurora así se lo declaró. Sabía que esa no era la precisa verdad. La cuestión es que voló, se esfumó, lo dejó, pero Freddy la añoraba y siempre creía que volvería a casa de la hermana de su madre.
Los años transcurrieron como oleajes. Freddy tuvo una infancia digna; no obstante, con episodios felices, desprevenidos y a veces muy dramáticos.
Era huérfano de padre, quien se murió desde que él cumplió 3 años. Su progenitor cayó de un edificio, no se sabía si él se había arrojado o en una riña, lo aventaron, pues era un activista político, pero tendía a involucrarse en meollos.
Freddy pensaba todos los días en Renata. Aunque escuchaba críticas duras hacia ella, él las ignoraba. Ella no lo abandonó a propósito o por maldad. Fue algo más. Lo visualizaba esa tarde en el parque y por el modo en que lo abrazó; estaba despechada y lo amaba. De eso estaba seguro.
Vio morir al esposo de su tía y a su hijo, quienes se accidentaron en un avión que se estrelló, rumbo a Puerto Vallarta. Pasaban hechos sorprendentes como aquellos que Freddy solo los guardaba en su memoria para honorificarlos y convertirlos en arte.
En su adolescencia, resultó que le encantaban las matemáticas; en la materia de Estadística releyó en varias ocasiones el libro de “El Diablo de los números” de Hans Magnus Enzensberger y en Literatura “Ana Karenina” de Leon Tolstoi; la protagonista de esta historia evocaba a Renata. Freddy revivía a su mamá a través de las andanzas de Ana.
Sus gustos se condujeron a la cinematografía; le ofrecieron una beca, durante tres años, para irse a estudiar a Ámsterdam y forjar en ese país su trayectoria de cine.
Su tía se alegró por él y le otorgó los recursos suficientes para que se trasladara a territorios europeos. Sin embargo, Freddy era como se segundo hijo, así que estuvo llorando días antes de que se encaminara, pues se quedaría sola, ya que su esposo e hijo se encontraban en el otro lado de la vida.
“Pese al abandono egoísta de mi hermana hacia Freddy, él nunca ha sido problemático, se le notó a lo largo de estos años (ya tiene 19 mi muchacho bebé) que de repente se ponía triste. Lo admirable en él es que siempre me procuro como si fuera su mamá, pero soy consciente que todos los días piensa en ella. Sus problemas legales la hicieron huir…”.
Estos pensamientos eran generados por Aurora, después de que su sobrino cruzó el umbral de la puerta y levantó la mano para decirle adiós…
Freddy estaba en el aeropuerto, miraba su nuevo reloj analógico que le regaló su tía antes de partir… Llegó con bastante anticipación al mostrador para documentar maletas, así que le quedaba tiempo para comer (se le antojaban unas empanadas) y también para comprar algún artefacto curioso en las tiendas viajeras.
Se compró un café americano, el cual estaba muy concentrado, bebía el primer sorbo y se ahogó… A dos metros, una mujer cuarentona adquiría un capuccino en el negocio de enfrente, su cabello era rojizo y su complexión delgada.
Frente a frente, Freddy y Renata se toparon. Era ella, pero con 12 años más desde la última vez que la vio; un rayo de esperanza se notó en los ojos de su progenitora. Una lágrima de felicidad en el rostro del hijo. Él no había vuelto a llorar desde la noche que lo dejó en el parque.
Ambos se abrazaron fuertemente y Renata emitió:
-Ni un día dejé de pensar en ti, Freddy. Te amo.
La sala de abordaje del vuelo de Freddy ya estaba abierta. Faltaban 15 minutos para que la cerraran…