Por Brenda Trujillo
Relato sexual de una fémina joven
Era la medianoche y el efecto del alcohol apenas comenzaba a dominar a mi cuerpo y a mis acompañantes. La satisfacción me invadía y actuar responsablemente es lo que menos me importaba en aquel momento.
Confieso con un poco de rubor que, últimamente uno de los efectos que más adoro y hago lo imposible para generarlo constantemente; se ha convertido en uno de los sentidos de mi vida. A pocos meses de haber cumplido la mayoría de edad, me entregué al sonido excitante de la música, al barullo agradable de los jóvenes, al excesivo humo que habitaba en el ambiente, colilla tras colilla de cigarro, vaso tras vaso, además reinaban los chicos restregándose, meneándose entusiastas y lanzando gritos inconscientes.
Indiferente a cualquier regla o compromiso, permití que el deseo se apoderara de mi ser. Un joven con el cual durante toda la noche cruzamos miradas, se acercó a mí y charló un rato, luego comenzamos a bailar y observábamos todas las visiones de los otros. El pudor no existía en nuestras mentes. Él rodeaba mis caderas con sus manos y yo tocaba sus nalgas como si quisiera que me violara.
La canción que se escuchaba era perfectamente acorde a los movimientos que llevábamos, la única luz que reflejaba su rostro y el mío era de la televisión que reproducía la música y eso me incitaba a poseer al hombre que estaba enfrente de mí.
Comencé a besarlo lentamente, en el instante que cerré los ojos sentí como todo me daba vueltas y un retortijón en el estómago, me hallaba realmente mareada y me di cuenta de que solamente me sostenía el puro deseo. Sino hubiera sido por el nivel de éxtasis, hubiera caído rendida a cualquier sillón o incluso al suelo.
Sin pesarlo demasiado, fuimos al parque, hasta el fondo y realizamos una maniobra sexual. Sus manos recorrían todos mis atributos y cada segundo se deshacía de alguna prenda, mientras tanto, mis manos se encargaban de desabrochar su cinturón y bajar el cierre de bragueta para poder sentir su miembro y acariciarlo.
Mi cuello se ponía cada vez más sensible, ante sus besos. Inmediatamente, percibí como sus tentáculos tocaban lo más hondo de mis entrañas y mi primera reacción fue soltar un ligero gemido y noté que esa respuesta mía lo excitó más y vislumbré su falo completamente erecto.
Si piel y mi piel aumentaban la presión de nuestra voluptuosidad. Dado mi estado de ebriedad, simplemente quería sentir las profundidades del agua. No podría decir o garantizar que él estuviera borracho o ebrio, pero sí desesperado de placer.
Justo en el momento en que me acarició mis pechos de una manera tan peculiar, volví a agarrar sus nalgas y eso dio apertura para que su falo se introdujera dentro de mí. Con ello, solté el segundo gemido, después repentinamente comenzamos a movernos violetamente acompañada de una respiración exhaustiva.
La forma en que recibí mis cabalgatas, predominaba a todos. Sonrió a pesar del esfuerzo y cerramos los ojos; el nivel del mareo disminuía por el ejercicio y el placer que sentía, los repuntes incrementaban cada movimiento suyo. Era el comienzo del clímax.
Fueron los mejores minutos de placer porque desafortunadamente alguien se acercó y lanzó un gritillo y una segunda voz dijo: “Veo cuerpos desnudos” y antes de que pudiéramos detenerlos, nos atraparon in fraganti…
Era Lucía, una de mis mejores amigas y Alex, su primo, quienes empezaron a reír como tontos y de sostenían el uno al otro, ya que estaban también bastante excedidos de alcohol. Alex se dio la media vuelta burlándose, pero a su vez, exclamando palabras que no alcancé a escuchar, pero Lucía se quedó mirándonos con cara perdida y libidinosa. Estaba más ebria que yo. Se fueron riendo. Sigilosamente, volvimos a nuestra tarea para terminarla.