Por Brenda Trujillo
La cima de las tres décadas me deja perpleja, ante la complejidad de la existencia, las pérdidas y los excesos de los años veinteañeros.
“Nada es en balde, todo pasa por algo”, son frases que me ha costado comprenderlas y aceptarlas porque me parecen comunes y trilladas. Soy enemiga de lo ordinario. Sin embargo, también he aprendido a través de los años, que lo común tiene su objetivo y también es certero (en algunas cosas).
La enseñanza ha radicado en la humildad y en que el alcance de ser extraordinario, no basta con ser talentoso.
Lo trágico y lo milenario,
Lo fabuloso y lo imaginario,
El anhelo de ser exitoso,
El temor al fracaso,
Cuestiones paralelas,
Mentes invadidas,
Por opciones verdaderas;
La complejidad de ser extraordinario,
La facilidad de aceptar lo ordinario.
Le dedico estas palabras a todos aquellos que pasan a la tercera década de su vida, cada quien con sus demonios y también me las dedico a mi misma.
La reputación es una palabra que me gustaría recalcar; en todos los tipos de rubros es muy importante, pero de igual forma, está estereotipada, por lo que en el arte, en la escritura, a través de la narración, es decir la literaturas, es donde no importa la reputación. Uno escribe sin prejuicios; el personaje y su narrativa para que puedan trascender no es necesaria una buena reputación.
El arte da oportunidad a todo; la escritura fluye, podemos ser esos personajes taciturnos, conflictivos, depresivos, entusiastas, criminales, inocentes, adictos, intelectuales, generosos, entre muchos otros, con la oportunidad de formar historia, de que tus relatos se eleven en diferentes almas del universo.