Por Brenda Trujillo
La muerte es tan impredecible, necesaria y segura. No obstante, difícil de afrontar, aceptar y vivir. Vivir la muerte es tan natural y a la vez causa mucho temor.
Un 12 de junio de 2014, partió un dulce abuelo, a la edad de 78 años, de un infarto fulminante. De un momento a otro, se esfumó, dejó de respirar. La familia no lo podía creer y se entregó a los delirios del dolor de un ser querido, horas y horas, meses y meses, años y años, hasta la fecha en este 2024 se cumple una década.
¿Tan rápido? ¡Eh! Así es el deceso, sucesos como estos ocurren, segundo a segundo, en el planeta. Es el pan de cada día pero como lastima a nuestra alma, cuando se trata de un amor, un pariente, un amor o simplemente a alguien que queremos.
La muerte se encuentra en el proceso de la existencia, cuando deja de latir el corazón. Pesa mucho para el que queda vivo; sin embargo, no seamos egoístas, pues es menester dejar descansar/ vivir en su nuevo universo a nuestro fallecido. Es fructífero para nosotros y él.
Este miércoles 12 de junio de 2024 cumple 10 años de que Natalio partió y fue una noche marcada para siempre, en la línea histórica de la familia y de quienes le aman. Y así, para muchas mujeres y hombres que lanzan su último respiro, a cada milésima de segundo, se les expresa las más sinceras condolencias y por la celebración de su trascendencia.
Más allá de la religión, de las creencias que profese cada quien, es visionario entender que nuestro dulce muerto pasa a otra dimensión, a una que nos parece tan extraña y desconocida, pero a la que llegaremos todos.
Desde la tierra y los demás elementos de la naturaleza: agua, fuego y aire, recordamos a Natalio como una melodía, un osito enternecedor, quien se volvió una estrella.