Por Brenda Trujillo
Las manecillas sonaban en la mente de Abel. Escuchaba el tic tac, sólo que no sabía si eran reales o solamente desfilaban en sus pensamientos.
Era la tarde de un jueves y el individuo permanecía sentado en el césped, muy reflexivo hacia el empíreo que se extendía y muy intrépido en las visualizaciones que tenía, combinadas entre recuerdos e imaginaciones…
Los árboles se estremecían por el viento que azotaba en la atmósfera; se aproximaban fuertes gotas del cielo; tal vez, una lluvia crucial, de aquellas que provocan un impacto en la tierra y a su humanidad….
Abel escuchaba la canción de Je ne regrette rien, de Edith Piaff , la cuál desde que era pequeño sus padres la ponían, le gustaba la artista y siempre dijo que antes de morir él cantaría esa canción porque nunca se arrepentiría de nada.
Fue una declaración emitida varios años consecutivos, hasta hace unos meses que consideró ya arrepentirse de suficientes hechos…
Abel derramó lágrimas y monologó:
Yo no quería que ellas murieran.
Yo no pretendía alejar a toda mi familia y camaradas.
Hace 3 meses, Abel estaba a cargo de cuidar a su abuela y tía, quienes habían tenido un accidente automovilístico.Una moto se estrelló contra su camioneta.
Una noche de un 4 de abril de 2027, a dos días del accidente, la abuela y la tía estaban a resguardo de él, pero en esos momentos padecía de una crisis, de aquellas en la que no soportaba su agonía interior y quería embriagarse.
Recibió unos mensajes de conocidos que se aproximara al bar más cotizado de la ciudad capitalina.
Eran de su trabajo y pretendían ingerir algunas copas de licor. Quizá de tequila, vino o mezcal. No importaba cual fuera, pero sentía la necesidad en su garganta.
Era insoportable; además de que su abuela y tía se hallaban dormidas, reposando y estaban en mejores condiciones, gracias a sus cuidados en los últimos días.
Un poco culpable, Abel respiró y respondió a sus colegas que en una hora se reuniría con ellos, espero a que diera justo la medianoche para partir a su festín. Nadie se debía enterar, mucho menos sus papás y el resto de su familia.
Salió de la casa cautelosamente, y a los minutos ya se encontraba conviviendo con los compañeros de oficina; llevaba apenas 6 meses laborando con ellos. Uno en particular, sí se había vuelto su confidente, pero con el resto solo compartían la copa. ¡Típico!
Las siguientes dos horas fueron bastantes largas pero exquisitas, acorde al fulgor que experimentaba Abel.
Cervezas y mezcal fueron las bebidas de la noche. El protagonista olvidó sus responsabilidades; vagamente sintió una corazonada pero la evadió con otro trago más…
Bailaba y reía, al mismo tiempo. Sí; estaba mareado, pero controlable. El reloj marcó las 3 de la mañana. Sonó el teléfono y aún pudo responder. Era su mamá:
-¿Dónde estás? ¿Estás bien? Te estoy buscando. ¿Dónde estás? Tu abuela quería ir al sanitario, no estabas para ayudarle, se resbaló al bajar de las escaleras y se pegó en la cabeza. Tu tía al escuchar el ruido, corrió, al verla se precipitó, también tropezó y se cayó encima de ella. Las dos están muertas. Ven para acá, de inmediato.
Abel escuchó la narración como un eco lejano, entre su mareo por la embriaguez y la dosis de realidad. Él no había estado ahí. Bebió más tragos. Los compañeros preguntaron que le ocurría, sonrió y tartamudeó como pudo, al verlo que se ponía en estado crítico los colegas se empezaron a ir y a portarse ya no tan amigables como al principio. Únicamente, Ulises es el que se preocupó por él y se percató de lo sucedido.
Abel estaba conmocionado. Le parecía muy irreal la versión y saber enteramente que actuó con alevosía, desinterés y engaño. Aunque no quería creerlo, estando ebrio, pero era verdadero. Su presentimiento sí fue real, a ese sí le debió atender.
Ulises fue a dejar a su casa a Abel, aun podía moverse y comprender, pero se veía embriagado y desmejorado por la noticia.
Al llegar a la casa, la familia rodeaba los cuerpos y se lamentaba. Al percibir sus pasos, los parientes voltearon y lo miraron con furor. Su mamá se aproximó a él; abrazó, olió su aroma a alcohol y lo aventó, asimismo le plantó tres cachetadas. Ella comenzó a llorar y en general, articularon los siguientes murmuros entre el resto de la familia:
-¡Infame briago! ¡Como pudo! ¡Confiamos en él! ¡No tiene vergüenza! ¡Por su culpa murieron!
La mamá se quedó llorando en el sofá. Él se aproximó, se arodilló y besó a la abuela y la tía.
Totalmente desmoralizado, emitió: Perdónenme. Dicho esto, se dio la media vuelta e intentó subir las escaleras, sus extremidades le permitieron llegar hasta la puerta de su cuarto, tomó la manija, se cayó y se quedó dormido en el piso.
5 de abril al mediodía
Abel despertó, su alrededor lo vislumbraba borroso. Estaba en la cama y entonces en un santiamén rememoró el guión de su acto indigno…
Era más que eso. Sintió una aguja en su corazón como si fuera un asesino.
Volteó a su buró y vio una nota:
Necesito que desalojes la casa que tu abuela te dio, antes del mediodía. En gran parte es tu responsabilidad que ellas murieran. Te amo mucho pero mi dolor es más grande, no te quiero volver a ver. Nadie te quiere ver en el funeral.
Atentamente, la que alguna vez fue tu mamá.
Se le derramaron algunas lágrimas desesperadas y le surgió la idea de enterrarse un cuchillo. Pero, ante la furia desechó la idea. Se metió a la ducha, se arregló con un traje y preparó dos maletas con ropa y artículos personales.
Es lo único que se llevaría.
Alguien empezó a tocar la puerta fuertemente; se asomó a la ventana y era otra de sus tías.
Se puso un sombrero y salió por la puerta trasera. Pidió un auto por su aplicación de taxis, lo abordó y lo condujó a la terminal de autobuses.
Partiría a Culiacán, donde una camarada ,desde hace tiempo le había ofrecido trabajo.
Abrió los ojos y se encontraba otra vez en el cespéd. Se encontraba en el restaurante en el que trabajaba y había área verde. Se deslindó completamente de su círculo y ahora solamente le apoyaba esa amiga con la que colaboraba y le ofrecía temporalmente un departamento cerca del lugar en el que laboraba.
Abel no era él. Era ella. Se llamaba Violeta. El relato expresado le ocurrió como tal pero a una fémina, sólo que ella quiso imaginar y rememorar su situación trágica como si fuera un masculino. Ella era la asesina indirecta.
Empezó a llorar amargamente, mientras la tormenta agarraba forma; estruendo y luego, lluvia potente.
Las gotas mojaron inmediatamente a Violeta, comenzó a reír también pues sintió que el agua la purificaba.
No se inmutó. Le encantaba la lluvia. Al día de hoy, su mamá y familia no le dirigían la palabra.
Levantó la cabeza hacia el cielo; al sentir brisa susurró:
Esto es vida.
Estaba dispuesta a darse una segunda oportunidad. Ahí ya no era la famosa alcoholica o asesina. Era otra; en otro Estado, en otro territorio.
Del otro lado del muro, su camarada le gritó:
-Violeta, ven para acá. Tenemos que preparar un servicio.