Por Brenda Trujillo
La fusión de las dimensiones de los cultivos y del arte
Violeta emprendía camino en la carretera despejada y con un empíreo perfectamente azul, después de haber estado largas horas en el tumulto de la ciudad, necesitaba un respiro con la naturaleza… Además de que su corazón pedía desesperadamente un consuelo…
El buen tiempo para la venta de arándanos se aproximaba. Imperio se ilusionaba al pensar en los posibles resultados fructíferos; sin embargo, también se estresaba por el tedio de los múltiples informes, las rutas de entrega y cualquier imprevisto que pudiera ocurrir en el proceso.
Ella era agrónoma, una típica “chapinguera”, (“Quizá no tan común, no me resigno a ser una más”, pensaba Imperio para sí misma”). La mujer, quien se acercaba a los treinta años, trataba de no caer en el estereotipo de aquellos y aquellas que se dedican al campo. Esto lo meditaba en los bajos terrenos de su huerta, donde muy pronto nacerían deliciosas berries.
Mientras recorría los pequeños senderos sentía oleadas de aire fresco, el lugar le brindaba paz. Ella no se caracterizaba por ser muy espiritual, pero sí era analítica. Le molestaba que, a lo largo de su vida profesional, ciertas personas de sus dispuestos equipos de trabajo fueran corruptas y tramposas. Lamentablemente, se había decepcionado de muchos que aseguraban ser sus amigos y le clavaron el puñal de la traición.
Imperio se divagó al imaginar su casamiento a lado de grandes hectáreas hermosas, quizá en Tabasco o en Baja California Sur. Su huerta se hallaba en Texcoco.
Por ello se alejó del mal manejo de la agronomía y de esos compañeros fastidiosos y decidió comprar esa huerta en la que estaba allí, la compró junto con su novio.
Gilberto y ella le apostaban a los arándanos y a otros cultivos. Imperio había estado rodeada de envidias e hipocresías; de repente, escuchó un ruido, unos pasos lentos pero desesperantes.
Violeta estaba a punto de llegar a Texcoco. Antes de entrar al tipo bosque que conducía a la casa de su amiga, pasó a una tienda y se compró una botella de mezcal. Se sentía muy nerviosa.
El lugar donde vendían alcohol estaba oscuro y misterioso, la atendió una señora de la tercera edad, quien al entregarle la botella de mezcal a Violeta declaró:
Te dejo un tesoro, deja las malas costumbres.
La muchacha la miró extrañada y se salió apresurada, la mandó a volar, aunque ya sabía en su interior la razón de su juicio.
Siguió adelante con su automóvil y frenó el claxón desesperadamente. Antes de dicha acción, Violeta se bebió cuatro tragos hondos.
Imperio escuchó unos ruidos, desde su huerta y subió precipitadamente, observó a su amiga un poco agobiada y rojiza, embriagada de calor y algo de bebida.
-Irrumpes de forma inesperada como es tu costumbre, Violeta-.
Se aproximó a ella y la abrazó, mientras le susurró “¿Qué te sucede?, pues ya intuía que se traía algo en mente…
-Nada. Todo bien-respondió tajantemente. Pero cambió de tema y alentó a su amiga con la interrogante: ¿No quieres un trago?
–Mientes-aseguró Imperio-No obstante, te acepto el trago, vamos allá abajo a mi huerta e intercambiamos unas palabras….
Mientras bajaban las escaleras, la agrónoma le soltó rápidamente a su camarada:
-No se si casarme aún, no sé si estoy preparada para abandonar el recuerdo de Fedérico, él me provocaba locura, peligro y éxtasis pero Máximo, me genera tranquilidad y lo quiero, pero no me siento enteramente segura de dar el siguiente paso.
Violeta seguía caminando, hasta que llegaron abajo. Hacía frío. Se mantuvo callada y observando la naturaleza.
-Violeta ¿Me escuchaste?- preguntó Imperio, después de que su amiga no emitió ningún comentario después de 5 minutos.
La guionista arrancó un racimo de berries y se comió tres. “Qué deliciosas!”, pronunció.
Posteriormente, se acercó a su interlocutora y le dijo:
–En este planeta, tan misterioso y desdichado, lo que nos ha enseñado a través de los años es que no se pueden satisfacer todos los rubros de la existencia, al mismo tiempo. Hay que elegir. En este caso, si tu examado logró profundizar en las áreas más sensibles de tu mente y cuerpo y experimentaste una locura inaudita es de los mejores sentimientos, pero el asunto raya en que si se prolongan son tormentosos-.
-Para que puedas seguir ejerciendo con éxito tus cultivos y proyectos a futuro es pertinente la estabilidad y paz, y todo eso lo puedes tener con Máximo, así que únete con él formalmente, no lo dudes-.
Imperio se quedó perpleja, vio detenidamente a Violeta, parecía un tanto ebria, pero también bastante concreta y cuerda de lo que declaraba. Ahora ella se quedó callada durante largo rato y dio unas pequeñas vueltas sobre los arbustos.
Suspiró y fue por unas cervezas alemanas que guardaba en una hielera y había bajado antes de que llegara su visitante. Tomó 4 y llamó a Violeta para que se acercara a ella y se sentarán sobre un tronco.
Violeta abrió las cervezas con un destapacorcho que portaba en su bolsa personal, brindó con su amiga y la miró, analizándola.
–Estoy estudiando tus palabras y… ¡Diantres! Quizá lo sabía en mi subconsciente, pero ahora lo visualizo…
–Es una labor entender los menesteres del amor y desamor ¡Salud!- Dicho esto, Violeta se bebió el fondo de la cerveza y destapó inmediatamente la siguiente…
Largo rato, las dos amigas se mantuvieron dialogando, de cuestiones chuscas, laborales, cotidianas y no tan monótonas, quizás algunos secretos. Se aproximaba la noche. El cielo aún estaba despejado. Imperio ya había subido a su escondida vivienda tres veces por más cervezas, era la cuarta vuelta e iba por más de las mismas y le agregarían un mezcal.
En un instante, Violeta se quedó sola en la huerta, oía los sonidos de las hojas, del viento, de sus propias pisadas, algunos ladridos lejanos de perros y lo más curioso, escuchaba una voz interna, una ahogada, aquella que le hacía estremecer y doblegarse.
Desde antes de llegar a casa de Imperio, la narradora de historias desfallecía. No soportaba la idea de tener una vida banal, de esa en la que sigues el prototipo social; naces, vas a la escuela, te enseñan a seguir la moda acorde a la época, supuestamente estudias para especializarte en algo, trabajas y muchas veces laboras para sobrevivir, seguir el dichoso sistema, luego quizá te unas con un hombre o mujer y tengas un hijo, más tarde te percatas que tú fecha de caducidad es venidera y mueres.
De fondo, se sabe que hay muchos detalles y experiencias que se pueden vivir, pero no es suficiente, a ella le gustarían esos panoramas, pero no únicamente eso…
¡Qué batalla! Para colmo, debía confesarse algo, se sentía reprimida por sí misma, pues en los últimas semanas, se había entregado a los placeres con sus diversos amantes y en los senderos desenfrenados, se sobrepasó y había perdido a un hijo que se formaba dentro de ella…
Tan solo tenía dos semanas de esa desventura; se la guardó y la sabían el creador y ella. Nada más. Se le impregnaba en su cuerpo la embriaguez, junto a la melancolía. Se tiró al césped y cerró los ojos.
A los pocos minutos, alguien murmuró: ¿Estas bien?
–Dormitaba- contestó Violeta a Imperio, súbitamente, y se incorporó.
-¿Qué te acongoja? ¡No quiero mentiras- preguntó y advirtió la agrónoma.
En breves palabras, la guionista le narró lo sucedido y ya mencionado, una vez finalizada la anécdota trágica abrazó a su camarada y lloró amargamente y profundamente. Insólito tal acto, pues era sumamente que la literata, intérprete de vidas, manifestara en su día a día sentimientos vulnerables, que la hacían exhibir su debilidad. Pero ese día, en la huerta, no lo pudo evitar.
Imperio sí estaba sorprendida, pero aliviada de que su amiga superara su rudeza. ¡Sí!
Violeta calmó su crisis cuando su antípoda le puso en la mano otra cerveza, ahora una Guinness, de origen irlandés.
Se la empinó, no tan veloz como las anteriores, pero le dio ánimos y cuerda para contarle los detalles de ese hecho que la descontrolaba.
Ya era noche. Seguían en la huerta y bajo el sereno, permanecían en una mesa desplegable que Imperio había bajado. También, se mantenían en unas sillas de madera que Máximo construyó en sus ratos libres.
En cierta medida, Violeta se sentía liberada y cruda por la desintoxicada de sus sentimientos.
-No fue lo mejor ni lo justo, Violeta, pero era necesario que te pasara algo así- soltó Imperio.
-Es verdad, mi falta de límites me provoca desvaríos. Adrenalina y tormentos como lo que te decía hace rato de los amores.
–Gracias, Violeta, tuviste tú catarsis. Pero también tuve la mía. He tomado una decisión, sí me casaré, en 6 meses como de por sí estaba estipulado y claro tú serás mi madrina de botellas.
La escritora soltó una carcajada y se sintió feliz estando a lado de su amiga, parecían tan diferentes pero hicieron un congenio perfecto. Imperio brindó alegremente con su amiga.
-El festín es la mejor hora- pronunció Violeta.
A lo lejos se escucharon diversos pasos, mientras ella seguían riendo…