El paraíso también se acaba

Por Brenda Trujillo


Por Brenda Trujillo

Beatriz estaba desesperada, no soportaba la idea de que sus ideas y el mundo que ella había creado y creído se le fuera desmoronando. Poco a poco. Nadie sabía la verdad. Nadie de los de su alrededor tenía conocimiento pleno de lo que le ocurría ¡Que les importaba!

Únicamente la gente sirve para juzgar, incluso sea familia, amigos cercanos o amores. Las personas siempre van a hablar unos de otros, sea el lazo que tengan y no es erróneo completamente, pues es necesario expresar los desacuerdos o lo que no agrada con consciencia y precisión, pero cuando la situación posee tintes de hipocresía sí hay que dudar del parentesco o relación.

Betty tenía treinta años, se había divorciado primero de un hombre, luego de una mujer, realmente ya no quería a ninguno de los dos sexos. Hace trece años, ella había estado en el precipicio por el desamor de un chico, quien se marchó a otro país y no volvió a saber de él.

Cinco años después, se encontró con una mujer con la que vivió veinticuatro meses, experimentó el mejor idilio de su historia y a su vez la tormenta más cruel.

Entonces, a sus veinticinco años se casó con otro hombre, el cual entregó a diestra y siniestra su corazón, empero nuestra protagonista lo dejó por otra chica, quien se asemejaba a una diosa, acorde a la descripción de Beatriz. Las dos perdieron la cordura, estando juntas y se tuvieron que separar.

Betty abandonó casi todo por la mujer que amó. Su carrera de maestría se estancó. Familiares y amigos le dejaron de hablar por defender a su excelsa amante.

Además, de que se empezaron a opacar ciertas metas profesionales que proyectaba. No solo eso. Llegó el momento en que ya no se reconocía así misma, pues había perdido su autonomía y seguridad.

También, se fueron por el estanque dos negocios que tenía, su capital se esfumó y para colmo en su ámbito laboral, tanto político como cultural, adquirió mala reputación y credibilidad por inmiscuir a su pareja en su trabajo, después de que era la líder y la máster, su trayectoria de desvaneció.

Sin embargo, Betty, en lo más profundo de su ser, admitía el derroche de delicias y piquetes tormentosos que sentía su cuerpo hacia ella. No la odiaba, ni nunca la odiaría, pero ya estaba condenada algunos años. Por ello es que, había tomado una decisión…

Beatriz clausuraría todos sus negocios, los pocos que le quedaban; cortaría relaciones con su familia y amigos. Nadie se lo había exigido, pero a esas alturas, a ella ya no le importaba.

Uno de sus antiguos amigos, llamado Fedérico, la invitó a Rusia, a vivir con él. Le ofrecía un nuevo proyecto literario, de acuerdo a las condiciones tecnológicas del planeta.

Beatriz ya estaba empacando las maletas. No había detenimiento; en tiempos anteriores hubiera dejado una carta de despedida a sus seres queridos, de forma apasionada y dramática, pero ya no le importaba.

Betty se puso nostálgica; no obstante, sin marcha atrás, estando en pleno aeropuerto, escuchó como voceaban su vuelo, antes de ello se echó un trago de ron y corrió a los pasillos que la separarían de sus caminos viciosos.

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