Por Brenda Trujillo
El martirio de la Nochebuena
Él sentía que ya había vivido lo peor, hace algunos años. Desafortunadamente, Ulises se percató que lo más terrible no fue hace cuatro años, sino en ese preciso momento experimentaba una desolación fenomenal. Antes pensaba que él amor lo era todo, alguna vez se le cruzó la idea de suicidarse porque no soportaba que la persona que más quería se hubiera marchado.
Pero esta vez era diferente, no sufría por sentimientos amorosos hacia otros hombres o mujeres, agonizaba por sí mismo, era “un no sé qué”, que le provocaba el desasosiego. Era la sociedad en general; ya no la toleraba, ni a su familia, amigos o quien fuera. Los aborrecía a todos.
Ulises, aproximadamente de 30 años, se encontraba muy desanimado, sosteniendo un libro en la mano derecha titulado “El hombre del subsuelo”, de Fiódor Dostoyevski, era la quinta vez que lo repasaba. En la mano izquierda tenía una copa de vino tinto. Estaba solo en su casa y dentro de un rato iría a un festejo. Era Nochebuena. Como cada año acudiría a casa de alguno de sus familiares, de tantos que ya no se acordaba donde sería, pues no había prestado atención. La verdad es que no le importaba.
Desde hace dos semanas venía maquinando una escena. Le daba emoción y temor a la vez. En los últimos días, Ulises renunció casi a todo; vendió su casa y la semana que venía la entregaría a los nuevos residentes, se dio de baja en su trabajo, canceló la presentación de la publicación de su próximo libro llamado “Mi reflejo perverso”, le dijo a su hija que no la volvería a ver hasta nuevo aviso y se separó de su pareja y para colmo, se enemistó de gente prometedora y que le quería. En el fondo, sentía que lo había provocado, sin intención de retroceder. Además, únicamente vivía por inercia.
El escenario que su mente anhelaba era algo terrorífico. Fue por otra botella de vino, ahora de rosado espumoso, nombrado “Petillant” de la Fruité Rosé. Ulises se lo bebió poco a poco, en la copa que le obsequiaron en su recorrido por la Finca “Sala Vive”, en Querétaro.
A lado del sillón, se encontraba un cuchillo filoso y muy bonito, Ulises lo acarició con malicia y ternura.
“Sí. He renunciado a todo. Estoy cansado. Dicen que es una cobardía suicidarse, pero creo que también requiere de mucho valor. Podría seguir viviendo en esta sociedad que no me merece. Quizá podría intentarlo un poco más. Pero ya me rendí. Soy egoísta y haré sufrir a mi familia en plena Nochebuena. Sufrirán con mi suicidio, pero se les pasará. Me perdonarán. En un rato antes de la medianoche, vendrán a buscarme porque no me encontrarán por ninguna vía y me hallarán muerto. Ni modo. He dejado todo en orden. Espero lean mi carta. Ya estoy un poco ebrio. Creo que la muerte me sabrá… más que la vida”.
Ulises se declaró estos pensamientos para sí mismo y dicho esto con el atractivo cuchillo, se hirió el cuello y rápidamente la sangre se empezó a esparcir por su piel y por el sofá. En ese momento sentía mucho dolor, pero nada de arrepentimiento, la muerte al parecer sería rápida y fructífera. En cuanto cerró completamente los ojos, se escuchó a lo lejos una llamada de celular y un timbrazo. Estaban tocando a la puerta…
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