En los salones y espacios del antiguo Hospital de San Juan de Dios, uno de los más longevos sanatorios de nuestro país, el cual estuvo en funciones desde el siglo XVIII y hasta el pasado 2015, arqueólogos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) atienden con precisión quirúrgica los restos óseos de 80 individuos que habitaron ese territorio poblano en tiempos prehispánicos.
Con apoyo de tesistas de la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), especializados en antropología física, los investigadores de la institución continúan el estudio de este conjunto de restos humanos, el más grande localizado, arqueológicamente, en Atlixco.
El investigador de la Dirección de Salvamento Arqueológico del INAH, Miguel Medina Jaen, detalla que este importante osario fue localizado en campo entre finales de 2018 e inicios de 2019, en un área de aproximadamente 35 metros cuadrados.
Dado el acotado tiempo del proyecto de salvamento, los expertos procedieron a recuperar los vestigios ‘en bloque’, es decir, con el sustrato de tierra que los cubría. Posteriormente, y en diálogo con el ayuntamiento, se habilitó una sección del antiguo Hospital de San Juan de Dios, donde avanzan en la rigurosa microexcavación de los entierros.
Hasta el momento, se ha llegado a determinar que si bien existen evidencias de 80 individuos, el desgaste causado por las condiciones naturales o, incluso, desde tiempos precortesianos, cuando un entierro era fragmentado o empujado para inhumar sobre él a otra persona, “el número de cuerpos completos o en posición primaria, se reduce aproximadamente a la mitad”, señala Medina Jaen.
La arqueóloga Adriana Sáenz Serdio, quien labora por contrato en este proyecto, añade que otros datos revelados por la antropología física son, por ejemplo, que la mayoría de los individuos eran adultos, de entre 20 y 50 años de edad al momento de su muerte natural, dato que coincide con la esperanza de vida en la época prehispánica.
También que casi la mitad de los restos en el osario pertenecen a mujeres y que no hay presencia de infantes. Esto último resalta el hecho de que los niños, quizá, eran inhumados en otra sección de la población antigua, o recibían tratamientos mortuorios distintos a los de los adultos.
Hasta ahora no se ha encontrado evidencia de sacrificio ritual, aunque los especialistas sí han reconocido deformaciones craneales en casi todos los individuos; patologías como caries o problemas óseos; así como dos casos particulares, cuyos canales auditivos estaban cerrados, “rasgo común en nadadores o buceadores”.
Tras destacar la necesidad de mayores exámenes a los individuos, la arqueóloga coincide con Miguel Medina Jaen al evocar como cada uno de los personajes debió haber sido colocado en posición sedente, con las manos flexionadas sobre las rodillas, y orientado en dirección al norte, el rumbo del Mictlan, el inframundo nahua.
Cabe destacar que en muchos de los entierros se localizaron ofrendas cerámicas, como malacates, figurillas, platos o cajetes trípodes con elaboradas decoraciones zoomorfas o antropomorfas.
Estos elementos, cuya temporalidad se remonta a los periodos Posclásico Temprano y Medio, entre los años 1100 y 1300 d.C., dan pistas a los investigadores sobre el alto estatus que debieron tener los individuos, a la vez que les hacen suponer que aquellos pudieron haber sido colocados dentro de petates, cuyo material orgánico se desintegró con el tiempo, a manera de bultos mortuorios.