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Quietud temerosa
Era miércoles. El reloj marcaba 12: 15 de la mañana Era plena madrugada. Tenía quince minutos que había dejado de ser martes. Un día antes me había tocado cita con “ la curadora de almas”, para ser más precisa, la psicóloga. Tiene ocho meses que acudo a citas cada quincena, a veces con intervalos más grandes. He de confesar que asistir a su casa para soltarle todas mis culpas y obsesiones se ha convertido en una necesidad, me agrada que me escuche. Solo ella. Nadie más. Es una mujer de 35 años, divorciada y con una hija. Lo más curioso es que fue mi profesora el año pasado en el colegio y por circunstancias complejas, mis papás eligieron que fuera con ella.
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