Quietud temerosa

Brenda Trujillo

Brenda Trujillo

La noche misteriosa de una mujer

Era miércoles. El reloj marcaba 12:15 de la mañana Era plena madrugada. Tenía quince minutos que había dejado de ser martes. Un día antes me había tocado cita con “ la curadora de almas”, para ser más precisa, la psicóloga. Tiene ocho meses que acudo a citas cada quincena, a veces con intervalos más grandes. He de confesar que asistir a su casa para soltarle todas mis culpas y obsesiones se ha convertido en una necesidad, me agrada que me escuche. Solo ella. Nadie más. Es una mujer de 35 años, divorciada y con una hija. Lo más curioso es que fue mi profesora el año pasado en el colegio y por circunstancias complejas, mis papás eligieron que fuera con ella.

Realmente le tengo confianza y aprecio; sin embargo, el día martes, al estar presente allí, surgió algo extraño dentro de mí, un presentimiento terrorífico, no sólo fue la invasión del temor sino el sentimiento de la certeza de mi propia destrucción… No obstante, esta vez, no me confesé ante mi terapeuta. No me he atrevido a decirlo ni a mi misma, hasta ahora.

Adopté una actitud extraña ante mi cita. Medité sobre ello, en el transcurso de la noche a la madrugada, en compañía de una música que causaba orgasmos auditivos y con un vaso de coca cola, repleto de hielos, se me dificultaba poner atención a mi libreta de estudio que me reclamaba la falta de concentración, pues aquel día tendría examen de “Economía”.

Mis amigos virtuales, insistentes en tener conversaciones eróticas, se sorprendían por la ausencia de mi libido, así es como lo llaman ellos. No me determinaría con esas características, más bien, era una reserva muy forzada, producida por mis obsesiones. Obviamente dichas explicaciones no se las daba a ellos; me limitaba a no contestarles. Dirigida por la entonación orgásmica que escuchaba, fue el único recurso que pudo mantenerme pensante. Algo importante en mi: sin el incentivo carnal o “algo parecido” al sustituto del goce carnal nunca podría vivir con sosiego.

Cuando el reloj marcó las 2 de la mañana, decidí envolverme en las cobijas. Rápidamente mi mente fue capturada por el sueño… Y ahí estaba de nuevo esa mujer.

Aquella señora de bajo nivel cultural, pero con poder económico, el cual lo empleaba para la manipulación. Llevaba exactamente la misma ropa que cuando me abofeteó en la vida real. Mirarla a los ojos era como mirar al mismo demonio. En ese instante desviaba mi mirada para evitar trifulcas, pero inmediatamente me eché a correr al ver que sus acciones corporales indicaban una persecución.

Sin equivocarme en su pretensión solté un alarido y corrí con el miedo latente. Yo no paraba de huir de esa mujer y podía notar como me alcanzaba cada vez más. ¡oh! Curiosamente no me cansaba de correr; sin embargo, mi temor crecía. Veía el colegio a la vista y mi corazón sentía una esperanza para que ya no me hiciera daño esa persona, me aproximaba a la puerta, por arte de magia se abría y se cerraba tras ella. La mujer se detenía en seco con un arma en la mano apuntándome y con una sonrisa malévola. Y ahí me desperté.

Estaba en mi cama con la penumbra de mi lámpara. ¡Qué fatal! En mi simbólica pesadilla se podían reflejar mis mayores debilidades. Lo más pesado de mi sueño fue que la persecución de la mujer duraba horas, por un instante me creí muerta a manos de ella. Lugar de salvación: ¡Colegio! ¡Qué patético! ¿Colegio? ¿Aquel lugar del que me quejo por las múltiples inconformidades en las que me hallo? Sí. En aquel lugar opresivo de hay algo que me hacía sentir ¿segura? ¿protegida? ¡Quizás! Así era. Debía reconocerlo. El subconsciente es un traicionero. Si alguien pudiera penetrar en nuestros sueños, únicamente por unos días, estaríamos rendidos ante la verdad.

Envuelta en mis cobijas miraba el techo detenidamente, no había razón para no creer en lo peor, “la anticipación de mi fatalidad”, era el lema que me regía últimamente. Mis conocidos criticaban esa posición mía, e incluso en mi interior no me satisfacía mi lema. Pero… ¿Qué me movía a pensarlo y creerlo? La corrupción en la que ha vivido mi cuerpo y mi mente, y sobre todo, una corazonada a la que nadie pondría lealtad; sólo yo…

Entiendo las posturas contrarias, ya que su propósito es calmar mis neuróticos presentimientos, no es por una especie de visiones o interpretaciones adivinas como suelen expresar las personas ignorantes, sino la sensación concreta de un aproximado fallecimiento, esa es la verdadera causa por la que me encuentro así.  Mucho menos sería una circunstancia suicida, ya que el fracaso de mis proyectos futuros es lo que me atormenta. El permanente presentimiento es el que me mata.

El cuerpo me temblaba, ya todos dormían, siendo presa de un miedo atroz, no fui capaz de levantarme al cuarto de baño. Tenía que combatir contra el temor de que alguien allí me miraba y esperaba en la oscuridad, y el de mi interior, es decir en mi obstinada creencia de mi próxima consumación. La podía sentir. Era muy real. Tanto fue así que me solté a llorar. No podía soportar tanta incertidumbre e histeria de mi alma.

Traté de conciliar el sueño. Nada. ¡Había alguien detrás de mí! Me volteé bruscamente. Era él. Se había despertado. Me vio con extrañeza y me preguntó que ocurría, automáticamente le respondí que no sucedía absolutamente nada. Pero mi acompañante no era cualquier individuo, sabía perfectamente de obsesiones y trastornos ¿inusuales? ¡Posiblemente!

Me observó con aquellos ojos que hacen sentir una seguridad y una indudable confianza, aquel humano poseía una comprensión particular para cuidar de mis ataques nocturnos. Con aquellas miradas de regocijo que consuelan a uno, se sentó al borde de la cama y sin pensarlo, le conté de mi pesadilla y de mis dolencias. Su perfecta atención me calmaba y su preocupación me apenaba…

Empero, al poco rato, de terminar mi relato y de permanecer abrazados juntos, sentí como sus manos se extendían por todas mis extremidades como tentáculos y me devoraban, de una vez por todas, sin dejarme respirar…

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